¡Hola, viajeras y viajeros! Bienvenidos a “Viajando por Cantabria”. Soy Lucía Sánchez y, como siempre, me acompaña Javier Martínez. Hoy traemos uno de esos episodios que, bueno, dan ganas de preparar la mochila y salir corriendo, porque nos vamos a recorrer los pueblos más bonitos y marineros de la costa cántabra.Hola, Lucía, hola a todas y todos. Sí, la costa cántabra tiene una colección impresionante de pueblos con mucho carácter, mucha historia y buen marisco. Empezando por Comillas, por ejemplo, ¿quién no queda fascinado con sus callejuelas, su palacio y, por supuesto, el Capricho de Gaudí? Pero no es sólo arquitectura, es también ese ambiente marinero que, de verdad, se respira en cada rincón.Totalmente, Javier. Y fíjate, Comillas me dejó un recuerdo precioso la última vez que estuve. Recuerdo que, perdiéndome por esas calles llenas de fachadas nobles y balcones llenos de flores, me topé, por casualidad total, con una pequeña tienda artesanal que ni TripAdvisor conocía. Era de una familia que llevaba generaciones trabajando la madera y vendiendo sus figuras junto a conchas recogidas en la playa. Esa mezcla de tradición y espontaneidad es lo que más me enamora de estos lugares.Esa autenticidad es clave. Y cada pueblo tiene su propio aire. Por ejemplo, San Vicente de la Barquera, a diferencia de Comillas, tiene ese puerto siempre bullicioso, lleno de barcas, redes secándose al sol, y un ambiente mucho más orientado a la pesca, ¿no? Ahí la vida gira en torno al mar de una forma casi mágica.Sí, y si te fijas, Castro Urdiales es otra historia. Es un poco más monumental, con su iglesia gótica al lado de la ría y el ambiente en sus bares de pinchos... Bueno, la cantidad de veces que hemos terminado una tarde de paseo por ahí, picoteando anchoas, es incalculable. Y si nos vamos a Suances, también encontramos ese contraste: playas para surfistas, acantilados, hortensias y paseos eternos, como mencionaba un artículo de El País que leí hace poco —de hecho, hay más flores que carteles de “se vende”.La verdad es que cada pueblo encuentra su manera de mantener viva esa identidad marinera. Unos, por sus fiestas. Otros, preservando el puerto y la arquitectura tradicional, como en San Vicente, donde siguen usando colores vivos para las casas porque dicen que así los marineros encuentran su hogar desde el mar. Otros, como Comillas, lo hacen mezclando lo señorial con lo humilde. Pero, Lucía, dime, ¿tú crees que realmente estas diferencias se mantienen, o todo se va pareciendo un poco con el turismo?Mira, siempre está ese riesgo, pero yo siento que, dentro de todo, la gente local se esfuerza muchísimo por mantener lo auténtico. Claro, hay modernidad, más turistas, pero al final tú paseas por una plaza o charlas con una abuela que vende sobaos y no ha cambiado nada en treinta años. Y eso, para mí, es lo que engancha de esta costa, ¿no? Es como ir sumando capas a una tradición que sigue muy viva.Y esa tradición, a ver, también hace que la gastronomía sea una pasada. La costa cántabra es sitio de peregrinaje para quienes buscan buen comer. No sólo por los productos del mar, que ya es mucho decir… Mira, por ejemplo, las anchoas de Santoña. Es que sin anchoas, es imposible entender la historia local. Los productores llevan generaciones perfeccionando el arte de desespinar, salar, mimar cada filete, y se nota en cada bocado.Es brutal. Y en cada pueblo hay un plato estrella. En San Vicente de la Barquera, por ejemplo, lo suyo es el sorropotún, que para quien no lo conozca... Bueno, a ver, es primo cercano de la marmita cántabra pero aquí el bonito es el rey absoluto del guiso. Si tienes la suerte de probarlo durante alguna fiesta local o de pesca, te aseguro que no lo olvidas. Yo la última vez me vi rodeada de vecinos que no tenían ningún problema en enseñarme a mojar pan y, bueno, repetir plato como si no hubiera mañana.Eso me recuerda la vez que estuve, hace ya un par de veranos, en Laredo. Me invitaron a salir a pescar con unos marineros. Fue una de esas experiencias que acabas con las manos olisqueando a escama y sal, ya me entiendes, pero hay algo muy especial en ver cómo pescan caballa como antaño. Luego, ese mismo día, preparamos entre todos una marmita cántabra sobre el propio muelle. Si me preguntas, ese sabor tiene algo del mar y de la camaradería que no encuentras en los restaurantes, por muy buenos que sean.¡Total! Pero no todo es pesca pura y dura, ¿eh? En sitios como Suances, con tanto ambiente surfero, combinan lo clásico con lo moderno. Hay cocineros que se han formado fuera y vuelven con ideas nuevas, como el chef Carlos Arias, que plantea menús fusionando mariscos de la bahía con recetas internacionales. Pero tampoco faltan los clásicos: rabas, almejas, pescados frescos, arroces caldosos... Y con vista al mar, saben todavía mejor.Mira, y lo curioso es cómo la cultura del mar lo invade todo, también la fiesta. En muchos pueblos, las celebraciones giran en torno a la llegada del pescado o el marisco fresco, y es ahí cuando realmente entiendes el vínculo visceral de la gente con el Cantábrico. Incluso en platos sencillos, como unas albóndigas de verdel en San Vicente o las nécoras en Noja, hay una historia detrás, una cofradía, o una receta que pasa de generación en generación.Sí, y no podemos dejar sin mención ni a las langostas de Isla, ni a esos arroces de bogavante en Comillas o las famosísimas anchoas de Santoña. Aquí cada puerto tiene su propio sabor. Es un privilegio poder comer así a pie de playa, entre charlas marineras y esa brisa que, no sé, parece que mejora cualquier receta.Y si hablamos de brisa, mar y sabor a salitre, hay que contar también las tradiciones marineras, que no son solo folclore. Son vida de verdad. Por ejemplo, la Batalla de Flores de Laredo... Es de esas fiestas que mezclan el arte, la alegría y ese carácter abierto del norte. Se llena el pueblo de carrozas cubiertas de flores, hay música, y parece que todo el mundo —viejos y jóvenes— se implican como si fuera el último verano.Sí, y qué decir de las procesiones de la Virgen del Carmen. Casi todos los pueblos costeros de Cantabria tienen la suya. Es un momento muy sentido, cuando los marineros llevan a la virgen al mar para bendecir sus aguas y recordar a los que no volvieron. Yo siempre pienso que es una forma preciosa de conectar con quienes les precedieron —quizá porque, como exploramos en el episodio anterior con el Lignum Crucis, las tradiciones aquí son un puente entre pasado y presente.Y lo bueno es que las nuevas generaciones están retomando ese testigo. Mira, en Suances, por ejemplo, hay un grupo de jóvenes que ha organizado talleres de bailes tradicionales, y buscan revivir las fiestas antiguas, no como una cosa turística, sino porque de verdad creen en ello. Eso, para mí, es lo que mantiene vivas estas tradiciones. Cuando la juventud toma la iniciativa porque lo siente propio.Claro, porque esto va más allá de la postal bonita. El mar no solo marca el calendario de fiestas, sino la rutina diaria: decidir si se sale a faenar, a qué hora, qué técnicas, cómo se trabaja en el puerto... Y cuando vienen las fiestas, es casi una forma de agradecer al mar y de recordar a los marineros que, bueno, ya no están. Toda la comunidad vive este vínculo. Y quizá por eso, aunque la modernidad avance, aquí no se pierde la esencia.¡Y eso es lo que hace que, cada vez que uno visita la costa cántabra, descubra algo nuevo! Así que, si os ha entrado el gusanillo, ya sabéis: hay que venir, pasear entre hortensias, probar los platos de toda la vida y sumarse a una fiesta o procesión si coincide. Pero bueno, hasta aquí por hoy... Javier, ¿algo más que quieras añadir?Nada, solo darte las gracias, Lucía, y agradecer también a todas y todos los que nos han acompañado en este viaje sonoro por la costa. Hay mucho más por descubrir, así que —como solemos decir— esto solo es el principio. Nos escuchamos en el próximo episodio, ¿verdad?Por supuesto. No os lo perdáis, que seguiremos explorando Cantabria paso a paso y charla a charla. ¡Hasta la próxima, Javier! ¡Adiós, viajeras y viajeros!¡Hasta pronto, Lucía! ¡Y hasta pronto a todos!

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Joyas Marineras: Tesoros Costeros de Cantabria